01 noviembre 2010

Ángel Terrenal


Este relato tiene como base una historia real, acaecida en la fronteriza ciudad de La Quiaca, en el hospital publico “Doctor Jorge Uro”.
Nunca se supo donde nació Laurita, aunque saberlo no tendría tanta importancia, como lo que aquí se va a narrar.
En una tarde tormentosa de verano, una jovencita de unos catorce años, llegó al hospital con un bebe envuelto en una manta sencillita. La madre adolescente se veía agitada, y al dirigirse a la dirección del hospital, le dijo a una enfermera:
- La doctora ha ordenado que internen a mi hija urgentemente, ¡rápido!
Sin dudarlo, y aún, sin haber pedido la documentación requerida par a el caso, pusieron manos a la obra; llevaron a la bebe a la sala de internación. Una de las dos enfermeras salio a avisar a la doctora que su orden ya había sido cumplida. Mientras tanto, la enfermera que se quedo cuidando a la bebe, no descubrió lo que luego seria la explicación de una excusa inhumana. Sufría del síndrome de Down.
A los dos minutos llegó su compañera con la pediatra, la doctora Pescador, quien negaba haber dado la orden de internación. Las dos enfermeras se miraron sorprendidas, recordemos que no habían solicitado la documentación, ya que la agitación y el rostro casi infantil de aquella joven madre pudo más, y había hecho olvidar la burocracia del caso.
Quisieron entonces interrogar a la jovencita el porque de su actitud, pero fue tarde, la madre de la pequeña había desaparecido casi tan rápido como había llegado al hospital.
Nunca más se sabría de ella, puesto que no registro ni siquiera su nombre. Y su hija obviamente tampoco tenía sus papeles. Carecía de todo, amor, ropa, alimento, juguetes, calor, nombre…
Observaron a la pequeña:
- Pobrecita, ¿Qué culpa tiene ella?, dijo una enfermera.
Y con indignación, enojo y fortaleza, la doctora casi les ordeno:
- No importa, todas vamos a ser sus mamás, ¿no?
Todas asistieron con entusiasmo y hasta una lágrima rodó por una de las mejillas cobrizas de esas trabajadoras de la salud.
La doctora decidió realizarle todos los análisis habidos y por haber, para saber realmente cual era el cuadro de salud de la niña.
A la semana se enteraron de que la bebe tenia un cuadro reservado, y que probablemente fallecería dentro de un tiempo relativamente corto.
A partir de entonces, sellaron un pacto de silencio, le darían todo el amor del mundo.
Y así lo hicieron. Comenzaron por llamar al párroco de la iglesia para darle el bautismo. La llamaron Laurita, así, en diminutivo, puesto que sus huesitos no iban a lograr desarrollarse normalmente y mantendría su tamaño bebe hasta el ultimo día de su vida.
- Va a morir el angelito, decía la gente que llegaba a la salita donde reposaba Laurita en una cuna. Pasaron unos meses y todo el personal del hospital no se había dado cuenta de que ese ser todavía los acompañaba: le cambiaban los pañales, le preparaban la mamadera, la papilla, le daban amor…
Y el tiempo avanzó, avanzó y avanzó…
Hoy, en el año 2006, ya pasaron catorce años desde su llegada al hospital, y ya nadie espera que se aleje como un angelito celestial, porque en vida, con su cuerpecito de bebe eterno, se convirtió en un ángel terrenal, que nos dejara solo cuando Dios se de cuenta de que alguien se escapo de su lado.

Fuente: Revista Contexto año 2006


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