03 febrero 2011

Antiguos Carnavales de La Quiaca

Quizá llevada por la nostalgia de las cosas queridas, de las cosas simples pero llenas de calor humano, de los acontecimientos infantiles y juveniles que a través del tiempo pudieron estar borrosas y que sin embargo se conservan intactas, sanas, cargadas de ternura, llegan a mi sensibilidad como una enorme oleada de cariño y pureza, para hacer esta vez una reminiscencia del carnaval de antaño en La Quiaca.
Últimamente estas fiestas han suscitado curiosidad, alcanzando importancia y esplendor dentro de la provincia, atrayendo a turistas que llegan ávidos de conocer y gozar tales manifestaciones autóctonas. El esplendor, el colorido y el brillo fueron alcanzados gracias a la voluntad y esfuerzo tesonero de sus pobladores, heredados de los pioneros que se establecieron en La Quiaca, después de la inauguración del ferrocarril internacional que uniera Buenos Aires-La Paz (Bolivia). Por datos recogidos entre familiares, me remontaré hasta la década del 20, en cuya época nacen las primeras comparsas bulliciosas y memorables, que año tras año brindaron lucidas carnestolendas. Entre ellas figuran:“El Diablo Fuerte” fundada por familias yaveñas que se establecieron en el nuevo pueblo; así recordamos a los hermanos Arturo y Agustín Guzmán, a Félix Aramburu, a los hermanos: Quintina y Benjamín Salazar y otros más. Tiempo después surge “LaFrontera”, contándose entre sus iniciadores a los señores: Simón Mechulán y familia, Gabino Alfaro y familia, Eleodoro Aramayo, Julio Sivila, Manuel Tapia, Pío Vaca, señoras: Clotilde Ortuño y Damiana de Rodríguez. De poca duración esta comparsa, pues al año siguiente en 1.927 se organízaba “La Juventud Florida” siendo sus primeros presidentes:
La señora Aniceta Wayar y Manuel Rivero, a los que secundaron: Lucía y Dominga Carretero, Eduarda Sivila, Teresa W.de Elías, María y Paulina Pereyra, Victorina R. de Aramayo, Tomás Sivila, Roberto Tejerina. Leoncio Betolás, Diego Giardina, Guadalupe Leaño, Adolfo Carretero, Ricardo Elías, Félix Aramburu, Honorio, Ernesto e Isaac Cabana y familia. En los siguientes años se sumaron: Humberto Oviedo, Víctor Rosso, Francisco Wayar, Normando Soto, Walter Galarza, Juan Abán, Enrique Alfaro, Regina Rosso, Herminia Guzmán, Jorge Exeni, Simón Mechulán, Genaro Rojo, Michel y Merchell Auad, Félix Lacunza, Felipe Rivera, Cristóbal Pantaleón y Sra., doctor Jorge Uro y Sra., Rafael Burgos y Sra., Nicolás Rondón y Sra., Román Aguirre y Sra., Leocadia, Dora y Humberto Maidana, en fin, de seguir enumerando las familias, la lista resultaría interminable, basta agregar que nombrados y no nombrados, constituyen los cimientos de la familia quiaqueña. Años más tarde esta comparsa cambia su nombre por el de: “La Florida”
hasta la década del 40, en que su entonces presidente, señor Alfonso Peris, le da la categoría de “Club Social La Quiaca”, conservándolo hasta la actualidad. En 1928, sería una nueva comparsa “Los Pica Pica Flores”, la encargada de agregar colorido y algarabía a las fiestas carnavaleras, nacidas de las inquietudes -Juveniles de: Rómulo Elías, Albina, Rómulo y Lucio Cholele, Quintina y Justina Salazar, Laureana Flores, Hilarión Gorena y Sra., Fermina Zapana, José Sivila Sosa, Emidgio Ibarra, Daniel Flores y otros que escapan a mi memoria. Año tras año organizaban
inolvidables fiestas, recordando en especial, la realizada todos los Martes de Carnaval, en el domicilio de la señora Concepción de Cholele.
A las fiestas carnavaleras de estas comparsas, se sumaron grupos de familias de pueblos vecinos, como Yavi, Santa Catalina, Abra Pampa y del pueblo vecino Villazón (Bolivia) contagiando su alegría en una ejemplar unión de espíritus sanos, dejando para la posteridad una vivencia arraigada.
En la década del 30, y con la presidencia de los señores Salustina Zapana y Faustino Ruiz, una nueva comparsa nace: “Los Unidos del Sur”, entre sus fundadores se citan: Domingo Rocha, Melchora Jara, Andrés Chungara, Paulino Martinez, Arturo Villegas con su respectivas familias; años posteriores cambia su nombre por “Rosas y Claveles”. Cada comparsa comenzaba sus actividades con alborozo dos semanas antes de las carnestolendas.
La fiesta inicial era el Jueves de Compadres, que como su nombre lo indica, era dedicado a los compadres, los que se saludaban a temprana hora, mediante presentes enviados a su domicilios, consistentes en: mistelas, vinos, cervezas, tortas caseras, capias, rosquetes, empanadillas de cayote, adornados de papel picado, serpentinas y albahacas.
El jueves anterior al carnaval, se llevaba a cabo el Jueves de Comadres. Esta vez eran las damas las que cumplían el saludo en idéntica forma a la de los compadres. En ambas ocasiones la ceremonia se iniciaba con un almuerzo, prosiguiendo la fiesta hasta altas horas de la noche dejando ver el alborozo predispuesto para estas oportunidades. Así se saludaban compadres y comadres, un espectáculo digno de destacar, era el que ofrecían las comerciantes del Mercado Municipal, que declaraban feriado ese día, solo se limitaban a saludar a sus comadres; amistades y autoridades Municipales eran los invitados. Un sector del mercado era adornado con papel picado, serpentinas y albahacas originándose una fiesta alegre y colorida.
En las fiestas de compadres y comadres, se ensayaban los carnavalitos distintivos de cada comparsa, para ejecutarlos luego en el carnaval a voz en cuello, y en el recorrido por las calles
hasta llegar a las casas donde fueron invitados.
Llegado por fin el Domingo de Carnaval, atemprana hora las diferentes comparsas se daban cita en el lugar deno-minado “El Polígono”, (en ese entonces distante del pueblo), hoy enclavado en el radio urbano, para “sacar o desenterrar” el carnaval. Desde allí, una tras otra hacían su entrada al pueblo, bailando en parejas, ataviadas de papel picado, serpentinas al cuello y albahacas, entonando su canción identificatoria. Luego de unas vueltas por la plaza, convirtiéndola en un concierto alegre de música, cantos, baile y bajo una atmósfera de papel picado, se dirigían al local. En este clima de euforia transcurrían: Lunes, Martes Miércoles y Jueves de Carnaval, quedando
el día viernes para descansar y proseguir el sábado y domingo de tentación.
El día Martes de Carnaval, era tradición concurrir también a Yavi, aceptando la gentil invitación de familias caracterizadas de ese histórico pueblo. Las familias de los señores: Mamerto Salazar, Francisco Ibarra. Antonio Wayar, Pacífico Farfán, Rosario Wayar, Ciriaco Cachizumba, señoritas: Laura, Elvira y Zenaida Cabana y otras más preparaban el recibimiento. En sus domicilios servían el almuerzo a grupos de invitados quiaqueños, luego a una determinada hora se concentraban todos en La Casa de Hacienda (Casa del Marqués Campero) donde continuaba
la fiesta. Esta reunión a través del tiempo, es considerada por su calidad el más bello e imperecedero recuerdo. En los vetustos pero conservados salones de la Casa del Marqués Campero, retumbaban los acordes del Verde (acordeón) de don Pancho Ibarra con los compases de la zamba La Yaveña, declarada por Yaveños y Quiaqueños como himno de la Puna, al mismo tiempo que las parejas hacían gala de su desbordante alegría, bailando y entonando su siempre recordadas estrofas como aquellas: Arbolito que en miniatura/ que con locura cuidaba yo/ estando tierno, florido y bello/ vino el invierno y lo secó…
EL Miércoles de Carnaval se cumplía una etapa muy original. Todas las damas se vestían de elegantes “cholitas”, despertando admiración cuando por las calles hacían su paso al salón. Desde la década del 40, siguiendo con esta costumbre se elegía entre las cholitas a la mejor ataviada y alegre, consagrándola “Miss Cholita”. A las invitaciones se llegaba bailando el carnavalito característico, en parejas que alcanzaban de 20 a 40. Encabezaban la rueda los presidentes, portando “la bandera” de la comparsa, la cual era diferente cada año. Entre domicilio y domicilio
para cumplir con las invitaciones, recorrían las calles bajo un sol quemante, haciendo gala de su fortaleza la que era conservada por la pericia del “Bastonero” o “Bastonera” que portando en sus hábiles manos una rama de “Tuska”, castigaba a los que demostraban cansancio o distracción, constituyendo este hecho una nota original. Los que no participaban del baile, agrupados acompañaban al conjunto orquestal (compuesto por: acordeón, mandolín, violín, concertina, guitarra y bombo) entonando los estribillos del carnavalito de la comparsa. Al llegar a una boca calle los bailarines interpretaban, zambas, bailecitos y cuecas, luego proseguían su recorrido. Era en suma un llamativo espectáculo, grandes y chicos se acercaban a la rueda arrojando serpentinas, papel picado y agua perfumada marca “El Loro” (envasada en pomos).
Los dueños de casa recibían a las visitas con el mejor de los ánimos, predispuestos a vivir
gratas horas de sana alegría. Servían primeramente abundante refrigerio para aplacar el cansancio de tan agotador trayecto. Luego paladeaban las más sabrosas comidas tradicionales.
Tras descansar merecidamente el día Viernes, el sábado de Tentación reanudaban las actividades carnavaleras, con más bríos, continuándolas el Domingo. En esta jornada las comparsas salían al campo para enterrar el Carnaval. Buscaban lugares cubiertos de algún verdor, ciénagas: o la sombra de algunos árboles. Los predilectos eran: La Cueva y los Sauces de Yavi, y los de La Quiaca Vieja. En estas reuniones se agotaban energías y emociones hasta el cansancio, haciendo derroche de “romaza” en los juegos. En esta oportunidad se nombraban las nuevas autoridades de la comparsa.

Lo relatado hasta aquí, abarca las carnestolendas de las décadas del 25 al 40. Como la población crecía, se hacía necesaria el nacimiento de otras sociedades. Así se agregaron a las anteriores: “Los Lirios Rojos”, “Los Alegres de la Puna”, “Las Aves”, “Los Paraguayos”, “Los Pecha Pecha”, “Los CH. B. CH.”, “Los barreños”, “Juvenilla”, “Los Chipas” y las autóctonas “Anata Grande” y Anata Chica.
Son los que en la actualidad, con nuevas modalidades dan vida a los carnavales, siendo atracción de quienes gustan esta costumbre. Interminable resultaría narrar en forma completa hasta el mínimo detalle, aquellas manifestaciones vividas en antaño.
En mi intento, solo me resta agregar, que esas vivencias heredadas tan sana y noblemente por los quiaqueños, las llevamos selladas en nuestra ser; transmitiendo de generación en generación, para que el nombre de La Quiaca, permanezca siempre, galardonado: Por sus características geográficas, como “Pórtico norte de la patria”, o como lo denominara Domingo Zerpa, poeta abrapampeño “La Quiaca - Capital de la Cultura Puneña”, a esos calificativos agreguemos el
de La Quiaca, Capital del Carnaval Puneño.
Fuente: Olga Sánchez de Salazar.

No hay comentarios.: