13 abril 2009

Año1909 Jules Huret llega a La Quiaca


Jules Huret había llegado a la Argentina en una comitiva europea invitada a los festejos del Centenario de 1910, curioso e inquieto no se quedo en la Capital Federal , sino que se subió a un tren de lujo y recorrió gran parte del país. En estos meses se cumplen 100 años de la visita a La Quiaca de una celebridad de comienzos del siglo XX como fue el viajante periodista y escritor francés, Jules Huret. Este cronista era un especialista en relatos de viajes, en su tiempo de permanencia por estas tierras escribió 3 libros sobre la Argentina. Es importante resaltar que Huret describió a La Quiaca cuando la ciudad daba sus primeros pasos. Aún se escuchaba las repercusiones de la llegada del primer tren, el 30 de diciembre de 1907. Es de imaginarse la alegría y la emoción de los primeros pobladores presénciales de ese histórico acontecimiento, cuando vieron aparecer la locomotora que arrastraba el convoy, la que llevaba el nombre “Coronel J. Martínez” y estaba engalanada con banderas de Argentina y Bolivia. Esta narración es antes que se constituyera la primera Comisión Municipal que fue en el año 1914, es antes de la construcción de la Iglesia, antes de que apareciera el Banco de la Nación, Aduana Nacional, el viejo Correo de la calle La Madrid, Gendarmería Nacional, es antes… de casi todo. Si ni Villazon existía oficialmente, esta ciudad fue fundada el 20 de mayo de 1910. En su acta de fundación figura que esta zona era conocida como La Quiaca boliviana. Jules Huret dice textualmente con respecto a La Quiaca.
El periodista Jules Huret en Humahuaca en viaje a La Quiaca
“Estamos en plena” “puna” jujeña. Reciben este nombre las altas mesetas de las regiones montañosas, aunque también se llama así al mal de las alturas. Llegamos a la estación Puesto del Marques, donde se ven dos edificaciones: una iglesia y una escuela con techos de paja. Un pozo de tosco brocal, un horno, pocas casuchas de barro y, en torno, la llanura desnuda y gris prolongándose hasta el horizonte lejano.“Es mediodía. Los muchachos que abandonan la escuela, acuden descalzos y presurosos al encuentro del tren. Apenas vestidos con ropa andrajosa tienen facciones de pómulos acusados y el cabello renegrido y crinoso, pero muestran una expresión dulce, respetuosa y simpática.“En medio de una meseta pedregosa, sin una brizna de hierba, aparece al fin La Quiaca , postrera estación del ferrocarril argentino y ultima etapa de la civilización. Después de haber remontado alturas aproximadas de 4.000 metros , descendimos nuevamente y nos hallamos ahora a 3.434. No siento las molestias de la altura.“- Tenga cuidado con la puna – me dicen-. En estas alturas hay que hacer el menor ejercicio posible.
Gran Hotel 25 de Mayo. Decada de 1920 "La Quiaca"
“- La población esta compuesta por las barracas del ferrocarril, una treintena de casas bajas, de tierra gris, y un hotel que se llama pomposamente Gran Hotel 25 de Mayo”. Eso es todo. A lo lejos, del lado boliviano, se dividen las estribaciones de los andes en suave pendiente.“Como toda la gente del lugar, vamos al almacén. El dueño es un alemán colorado que vende licores, comestibles, quincalla y algunas telas. Cuando supo que éramos franceses, dio cuerda a su fonógrafo y toco en nuestro honor la Marsellesa.“Aquí no se habla ya de bueyes, de trigo, de azúcar, como en Buenos Aires y Tucumán. Estamos en un país distinto: se habla solo de minas de oro, plata, estaño y antimonio. Los conductores de mulas cuentan historias de los descubrimientos. Y el paisaje desolado se estremece de ilusiones. Visitamos el mercado. Una vendedora esta sentada en el suelo, apoyada a las tapias de una casucha. Enfrente hay dos vendedoras. Una vende cerveza de maíz, llamada “Chicha”; la otra, una especie de sopa que se empeña en hacernos probar; la tercera vende utensilios de tosca alfarería y panecillos. Rodeando a las vendedoras, se ven otras mestizas sentadas como ellas a la oriental y llevando sus hijos a las espaldas, sostenidos en sus chales de lana multicolor que anudan por delante. Como las indias de Tres Cruces, su cabello lacio y renegrido aparece separado en dos crenchas. Llevan faldas muy amplias, cuatro o cinco, las unas encima de las otras, como las mujeres wendas del spreewald, y protegen sus pies con toscas suelas de cuero sostenidas por correas. Desaliñadas y sucias, tocadas con un fieltro flexible, cuando marchan lo hacen con un balanceo lento y gracioso. Todas las mujeres fuman.“Tan cerca como estamos de Bolivia, deseamos tan siquiera pisar su territorio. Un carruaje que salta sobre los guijarros del camino nos conduce en menos de un cuarto de hora al otro lado de la frontera argentina, señalada por un enorme mojón de piedra en medio de las rocas. Todo es desolación y soledad, silencio imponente y la inmovilidad de la piedra sin vida. Todo produce una sensación angustiosa, hasta las formas monstruosas de las moles graníticas. Las riquezas ocultas que ellas parecen defender no son para nosotros. Tal vez algún día nuestros hijos vean esta misma meseta transformada por la explotación minera, estremecida por el estruendo de las pulverizaciones.“Al regreso, encontramos en el camino un almacén boliviano, pobre cabaña de tierra, sin ventanas, donde apenas venden algo mas que hierbas medicinales. La hay surtidas, para curar enfermedades diversas; y hojas de coca que los indígenas consumen en enorme cantidad para calmar la sed y tonificar el corazón. Los bolivianos la mastican continuamente.“Volvemos a la estación. Nuestro tren había traído un coche y un piano de Paris, consignados a un tal Arce, boliviano enriquecido en el comercio de bueyes, que habita a ciento cincuenta kilómetros de aquí, en Tarija. Necesita, por lo visto, una calesa para deslumbrar a los mineros y un piano para deleitar su espíritu en aquel aislamiento. ¿ Como transportaran estos enormes cajones, a tal distancia, por el país montañoso, sin caminos?. Muy sencillamente. Ya hay reunidos cuarenta indios que llevaran los bultos a pulso, por grupos de diez que irán relevándose”.
Villazón (Bolivia) Av. Rep. Argentina Año 1912
“A lo lejos, diviso una manada de llamas arreadas por dos jinetes. Cuando se acercan, advierto que uno es alemán, y me cuenta que posee una mina de bismuto y otra de oro, a cinco jornadas de allí. El alemán quiere vender sus minas porque el clima no le conviene. Y a mi tampoco. Un círculo de hierro tortura mi cabeza. Siento cansancio y el deseo de cerrar lo ojos. El suelo amarillea como el oro que esconde en su entraña, y en cielo aparecen ya los fulgores del crepúsculo”.
No debe perderse de vista en ningún momento que las cosas, los hechos y los acontecimientos están juzgados con el criterio de entonces. Quizá algunos juicios hagan sonreír al lector argentino de ahora. Quizá también algunas expresiones parezcan desacertadas o irritantes. Pero eso ocurre siempre al que soporta desde adentro el juicio de la gente de afuera. De cualquier modo, Huret dice siempre las cosas con honestidad, auque alguna vez no acierte o su información no haya sido bien recogida. Y su relato esta salpicado de agudezas y aciertos que compensan en todo momento las pequeñas fallas de apreciación que, por otra parte, son disculpables en todo cronista.
Huret Jules: La Argentina. De Buenos Aires al Gran Chaco.

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